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Decadencias

Venecia de lujo y paz

Henri de Régnier (1864-1936) fue un poeta simbolista francés de muy notable calidad, aunque sus versos (siempre impecables) evolucionaron poco o nada, cuando el Simbolismo empezó a pasar de moda. Elegante caballero algo “demodé” al final, miembro de la Academia Francesa desde 1912, Régnier es eso que suele llamarse un excelente poeta de época, de su tiempo, en la medida en que no es capaz (siendo muy buen hacedor) de ir más lejos… Sin embargo, quizá por el típico “hastío” fin de siglo o porque las relaciones con su mujer, la muy bella Marie de Heredia (una de las hijas del célebre poeta parnasiano) pasaron por momentos difíciles, ya que ella fue un tiempo la amante del novelista y poeta Pierre Louÿs,  Henri viajó y guardó siempre ese aire de gentilhombre decadente que le caracterizó toda su vida.

Venecia fue uno de sus puntos de fuga favoritos, como el de tantos estetas de la época, desde Henry James hasta el inefable Barón Corvo, pasando por D’Annunzio. La vieja y hermosa ciudad adriática, la antigua “Serenísima”, se había ya entonces convertido en un alto y prestigioso símbolo de decadencia. Venecia era el fin dorado de una civilización extenuada (según un lenguaje caro a la época) y uno viajaba a Venecia para morir un poco con ella, al tiempo que gozaba de su salubridad popular y de toda su lujosa historia de pintura, música y teatro. Desde Goldoni o Gozzi hasta Tiziano o Canaletto, pasando por Longhi o por Wagner que murió allí. Centro cultural y mundano de la decadente “belle époque”, Venecia vio los amores prohibidos de Thomas Mann ( y de Corvo) o las elegancias renovadoras de los ballets rusos o del gran diseñador del tiempo, el español  Mariano Fortuny y Madrazo, que vivió allí. Por cierto, el volumen que publica Cabaret Voltaire,  “La altana. La vida veneciana”, que recoge las experiencias de Henri de Régnier como viajero véneto desde 1899 a 1924, terminan con una colección de fotos muy naturales de la atmósfera veneciana, obra de nuestro Fortuny. El libro de Régnier se publicó en 1928 y recoge (con belleza y calma) algunas y varias impresiones de sus diferentes estancias venecianas –generalmente en otoño, casi no había turismo- en las fechas dichas. El libro es la obra de un hombre refinado que halla en Venecia sosiego y paz, al tiempo que evoca el pasado y se nutre de la inevitable decadencia, bajo el “chino” del histórico y algo rococó Café Florian. El título, “La altana” es como se llaman en Venecia a las barandillas que tienen los techos de muchas casas y sobre todo palacios, y que permiten desde allí singulares vistas de la Laguna y sus islas, desde Murano a la solitaria y un tanto agraz Torcello. “La altana” es un libro para enamorados de Venecia y de su pasado, tan entremezclado con su presente. También es un libro para los amantes del orbe simbolista del “fin de siècle”, puesto que ese es el clima que Régnier retrata mejor y en el que se mueve (buscando curiosidades, personajes singulares) con más soltura… Aunque los viajes suceden en un lapso de 25 años (eso es lo que recoge el libro) el lector, fuera de la inscripción de las fechas y de algunas muertes o nuevas presencias, apenas nota el cambio. Porque en su solemne y bella decrepitud Venecia parece eterna y en eterno peligro, como el hombre. Quizás eso lo notó Régnier, lo notó Fortuny, lo notó Pound cuando quiso morir allí, y lo hemos notado cuantos hemos pasado por esa ciudad decadente y espléndida…